Cuándo viajo a Tenerife a ver a mi familia, siempre hay alguien que me sorprende porque me mantiene en sus recuerdos, a pesar de los años que han pasado. No ocurre de la misma manera en mí. El tiempo y la distancia no me permiten recordar cuanto se me es narrado, los amigos y los conocidos se mantienen en una desdibujada nebulosa que no me permite volverlos a traer a la memoria.
Eso no me impide hacer balance de mi vida. La vida no siempre se recuerda con alegría, despreocupada por los acontecimientos sucedidos. En ocasiones esos acontecimientos se mantienen presentes, sin que uno quiera, y sólo la vida decide cuándo han de irse.
No sirve de nada estar eternamente recordándolos, ya que nunca los dejarás cicatrizar. Es mejor decirse una y otra vez que fueron sólo momentos. Y hacer todo lo posible para que el pasado no sea lo que mueva el interior y los recuerdos determinen el hoy de nuestros días y el futuro que está por venir.
Podemos caer en la tentación de traer a nuestra memoria personas que nos amaron y fueron decisivas en nuestra libertad; pero. ¿eso tiene un sabor distinto a la mera melaconlía? me temo que no. Las personas son tramos existenciales del alma que confía, que ama y que espera. Pero el tiempo las limita como la vida.
Cuando decimos que la familia y los amigos son lo más importante ¿Qué estamos diciendo? Si le hemos puesto un límite al cielo, a Dios, no hemos también escondido bajo su mirada todo lo que nos recuerda a la eternidad? Como dice la canción, todos ellos están a un lado de mi piel, allí en ocasiones brotarán...