ENTRE HERMANOS Y LA INGRATITUD
Hay una canción de Silvio Rodríguez titulada la fábula de los tres hermanos. En ella se describe tres actitudes fundamentales en el hombre. Aquel que sólo mira al cielo, sin deternerse en lo de abajo o en lo que le rodea. Otra actitud es aquella que se detiene exclusivamente en lo de abajo, la realidad le impide ver otra cosa, otra situación, otras perspectivas. Y existe aquel que mira en ambas direcciones, incluso lleva a sacar buen partido de esa actitud sin menospreciar el alrededor de la vida.
En la canción el primero es el mayor de los hermanos es el que mira abajo, el segundo, es el que está en medio, iba mirando hacia el horizonte igual, que le impedía ver las piedra de tropiezo, y el tercero, es el menor o pequeño, decidió mirar arriba y abajo (una pupila tenía arriba y la otra en el andar).
Es una canción que hace pensar sobre nuestro mundo interior, sobre nuestros miedos a equivocarnos y fracasar en la vida. El mayor siempre iba mirando por donde pisaba, hacia el suelo, pero cuando llegó el tiempo de resumir, por estar siempre mirando hacia abajo, ya nunca el cuello se le enderezó. Su pecado era estar siempre esclavo de la precuación. A veces queremos ir lejos teniendo una visión corta de la realidad, de la vida y de los demás. Ojo que no mira más allá no ayuda al pie.
Por su parte, el del medio tomó la actitud de mirar siempre el horizonte igual, algo que le impidió ver la piedra que le hizo tropezar y caer. Por estar esclavo de la precaución, la canción dice que ojo que no mira más allá tampoco fue.
Llegamos al tercero y menor de los hermanos. Éste decidió mirar arriba y abajo, algo que le llevó a una mirada distorsionada de la vida y de los demás. Un ojo en el camino y otro en el porvenir. Su mirada, dice la canción, quedó extraviada entre el estar y el ir. Y concluye la canción: Ojo puesto en todo ya ni sabe lo que ve.
Hoy, en el Evangelio de Lucas, se relata la curación que Jesús hace de diez leprosos. Los diez le pedían a Jesús que tuviera compasión de ellos en la enfermedad y en la discriminación que padecían, tanto social como religiosa. Jesús les manda a que se presentaran a los sacerdotes. Sucedió que yendo de camino todos quedaron curados. Tan sólo uno, un samaritano es capaz de recorrer el camino de vuelta para alabar, bendecir y lo más importante: AGRADECER lo que Jesús había hecho por él.
Jesús pregunta por los otros nueve leprosos que no han vuelto a dar gracias a Dios. No es que menosprecie al que sí lo hizo; si no que nos sitúa ante el desconocido, el extranjero, que no tiene ni tierra, ni cultura, ni lugar de referencia ante Dios y los hombres, es el que vuelve con el agracimiento.
¿Cuántas veces pasan inadvertidas las acciones de bondad que la gente nos brinda? ¿Por qué se nos olvida dar gracias de cuanto nos han cuidado? La gratitud no puede quedarse en el olvido, en un mundo donde el egoísmo, la indiferencia y la exigencia de la inmediatez dejan relegados valores y actitudes que nos pueden dar la vida y el horizonte vital de nuestra existencia.
Esta reflexión es sólo un diálogo entre la vida del hombre y la vida de Dios. Ya me gustaría que alguien se parara y reflexionara un poco y, así compartir algún comentario. Ánimo, No se corten. Seguro que este artículo no te ha dejado indiferente.
Fr. Alexis González de León, o.p.