ESPACIOS BLANCOS

15.01.2025

Utilizo el título de «espacios blancos» como metáfora organizativa. Quiero decir que, en mi desorden, he puesto una cierta disposición de las cosas que me permitiera una mejor accesibilidad y evitará la caída inevitable hacia el abismo de las cosas una vez que se tropiezan conmigo. No me resulta nada fácil poderlas recoger de los lugares recónditos donde son capaces de ir a parar una vez terminado el ciclo de su andanza por el suelo.

He observado, una vez acabada la labor de orden, que mi espacio de trabajo ahora es más blanco y nítido. Del blanco se dice que es un color similar a la luz solar, se dice que es utilizado para hablar de la raza blanca, de la palidez o la cobardía que se encierra en dicho término. Hay en el Diccionario de la RAE hasta 26 acepciones para significar el color blanco.

Me llamó la atención el significado de «cobarde»: sin espíritu y valor para afrontar la vida, situaciones peligrosas y arriesgadas. Siempre, por mis miedos y silencios he creído que era un cobarde. Pero no es así. Lo descubrí desde muy pequeño. La cobardía apaga, paraliza y ralentiza las posibles soluciones que en un conflicto puede estar presente. Siempre he afrontado situaciones difíciles de comprender y en silencio he tomado mis decisiones de compromiso o he aceptado mi responsabilidad, aquella que asumo, no la que me proyectan. En el silencio también hay compromiso y solidaridad.

Aunque en un conflicto siempre hay diversas voluntades que lo alimentan, la parálisis implica el miedo o la cobardía para emprender un diálogo sereno y pacífico. Para la resolución de conflictos hay que presentarse desarmados. Implicados en la confianza serena y afable, abandonando el fácil recurso de la culpabilidad.

¡Cuánto daño e incomprensión ha lanzado la culpa en los corazones de los hombres! Por muy desdichado que me resulte la vida, la culpa no será ni es, el recurso fácil que satisfaga tu ansiedad de amor o falta de cariño. El cariño lo demanda un niño que se encuentra perdido en el hogar, en la vida, o en su libertad. Llegados a una edad adulta no podemos demandar con la misma intensidad ese cariño por muy ausente que en la infancia nos haya parecido. En la edad adulta el responsable de tu vida y de tu carencia eres tú, la propia persona. La que ha de saber encajar la ausencia, aceptar que ya no es un niño y olvidar su ser necesitado que le conduce a una constante demanda de atención.

Se supone, que, siendo adulto, has superado el pasado, que tus decisiones y estilo de vida te han conducido a una mejor libertad para expresar y desarrollar tus sueños. Que tu nueva vida ya es vida nueva, y se ha renovado con la presencia de nuevas amistades y amores y, necesariamente, ha tranquilizado tu alma. Si no es así, hay que llamar a Houston, porque tendremos un problema.

En ocasiones expresamos la culpa como hombres y mujeres justicieros, nos cobramos con ella todo aquello que hemos padecido, celado y envidiado, y, por supuesto, con ella también hemos sido crueles en las fragilidades de cuantos padecen alguna enfermedad o sus años no dan más de sí.

Quiero decir, que los espacios en blanco, siguen despertando nuestra cobardía, porque si todo lo anterior sucede es que no hemos sido capaces de ser resolutivos, o hemos hecho de nuestra carencia infantil un relato victimizado y explotador, que sólo impone una parte de la realidad. Existen más partes de la realidad vivida: la vida de los otros que compartieron conmigo esos mismos acontecimientos. Uno no puede ser resolutivo si no cuenta con esa diversidad de vivencias. No se adentra en el espacio de la superación cuando siempre se está hurgando en la herida de una manera egocéntrista.

Lo dicho, tengo nuevos espacios blancos en mi mesa de trabajo. Todo un logro a mi edad.

Fr. Alexis González de León; o.p.