Días atrás un amigo me preguntaba
si no me alegraba de los buenos resultados que las pruebas médicas han
mostrado: «Enfermedad estable en comparación con la última revisión». Es la
segunda vez que aparece este diagnóstico.
Claro que sí me alegro, y bastante.
Aunque mi cuerpo sólo da signos de fragilidad. Supongo que esos signos tienen
que ver con la costumbre de no hacer el suficiente ejercicio para restablecer
mis fuerzas.
Hay algo que creo que me condicionó
cuando me dieron el último diagnóstico: «ya no recuperarás las fuerzas de
antes»
Otra amiga me hizo la siguiente
pregunta: ¿Tú quieres vivir o morir? Le contesté lo siguiente. Como primera respuesta
dije vivir, como segunda respuesta dije: si he de vivir como estos ocho años es
que no. No quiero vivir si supone más operaciones, más quimio, más tratamientos,
más fragilidad.
Esta amiga, ponía como condición
para vivir mis propios cuidados, haciéndome una larga lista de quehaceres sanos
en los que me he de empeñar. ¿Mi pregunta es: la vida y el estar sano depende
sólo del empeño por cuidarme? Me temo que no. Cuidarse ayuda a estar sano, pero
no da la salud.
El arte de preguntar no está en la
fuerza ni en la intensidad con que hagas la pregunta. En ocasiones preguntamos
afirmando, y en otras acusando. Esas son las preguntas que no tienes que
responder. Ninguna de ella espera respuesta o razón.
Hay preguntas que no esperan respuestas,
que quedan en el aire como jaculatoria acusadora, preguntas que acompañan un
silencio quebradizo donde las palabras tan solo aguardan un eco aterrador de
las conciencias.
Hay preguntas que a veces afirman y otras veces denuncian las
falsas profecías, y las verdades quedan truncadas convertidas en frágiles y subjetivas
ilusiones;
Hay preguntas violentas, envilecidas por la hiel de los
pesares. Hay preguntas, tan sólo preguntas, que conducen a la rutina de los
aconteceres.
Silvio Rodríguez tiene una canción llena de preguntas,
referidas al ¿Dónde van? Prefiero traer a mi memoria estas preguntas.
A dónde van las palabras que no se quedaron?
¿A dónde van las miradas que un día partieron?
¿Acaso flotan eternas, como prisioneras de un ventarrón
O se acurrucan, entre las hendijas, buscando calor?
¿Acaso ruedan sobre los cristales, cual gotas de lluvia que
quieren pasar?
¿Acaso nunca vuelven a ser algo?
¿Acaso se van?
¿Y a dónde van?
¿A dónde van?
¿En qué estarán convertidos mis viejos zapatos?
¿A dónde fueron a dar tantas hojas de un árbol?
¿Por dónde están las angustias que desde tus ojos saltaron por mí?
¿A dónde fueron mis palabras sucias de sangre de abril?
¿A dónde van ahora mismo estos cuerpos que no puedo nunca
dejar de alumbrar?
¿Acaso nunca vuelven a ser algo?
¿Acaso se van?
¿Y a dónde van?
¿A dónde van?
¿A dónde va lo común, lo de todos los días?
¿El descalzarse en la puerta, la mano amiga?
¿A dónde va la sorpresa casi cotidiana del atardecer?
¿A dónde va el mantel de la mesa, el café de ayer?
¿A dónde van los pequeños terribles encantos que tiene el
hogar?
¿Acaso nunca vuelven a ser algo?
¿Acaso se van?
¿Y a dónde van?
¿A dónde van?
¿Y a dónde van?
¿A dónde van?