Por lo general, damos por
finalizados los años, los días, los meses… con ellos también llegan a su fin la
vida, las relaciones, los trabajos, las vacaciones.
Los sentimientos que suscitan los
finales son diferentes en cada situación, aunque el que más aparece es el de la
tristeza. Yo, personalmente, no vivo triste. Al contrario, a pesar de mi
fragilidad, siento que he logrado un cierto equilibrio en mi interior y ya
puedo sonreír y puedo mostrar alegría; con ello, también puedo sentirme feliz.
Iniciar algo en la vida, emprender
o comenzar un camino diferente es todo un reto. Me gustan los retos, dan
aliciente a la vida, y hace que la monotonía se disipe por el camino de la
alegría.
En todo comienzo hay que mirar algo
importante: las cosas que vienen de Dios. Jesús cuando hablaba con Nicodemo, le
hacía en su diálogo caer en la cuenta de la importancia de nacer de nuevo.
Vivir no es estar siempre igual, repitiendo los mismos pasos cada día. Vivir ha
de tener unas coordenadas de cambio que permitan ver la existencia desde otra
perspectiva: la mirada de Dios.
Hace unos días, un amigo médico, me
hacía comprender que Dios está queriendo decir algo con mi vida y mi
enfermedad. No hay mucha gente que resista tanto tiempo como yo, viviendo la
enfermedad con tanta fortaleza, merecedora de admiración. Quiso decir que en mi
situación la vida parece un milagro.
Con ello no busco la alabanza, ni
el reconocimiento. Pero es lo que me digo cada mañana cuando aún puedo
despertarme en medio de la fragilidad. Ni siquiera creo que yo tenga algo que
ver con la continuidad de mis días. Tan sólo quiero mostrar mi vida con la fe
que dispongo cada día.
En estos momentos, el sueño y el
cansancio me debilitan, y aunque me resisto, no me queda otra cosa que
abandonarme al descanso. Por otra parte, el dolor lumbar me hace sospechar de
un avance de la enfermedad. Las pruebas dirán algo esta semana.
¿Por qué estoy aquí? ¿para qué
estoy aquí? Tan solo lo sabe Dios. Cuando Jesús hablaba a sus discípulos y las
gentes les proponía la conversión para estar preparados a la cercanía de Dios.
La conversión está emparentada con lo nuevo: Esperanza nueva, cielos y tierra
nuevos, Espíritu nuevo, corazón nuevo, nuevo pueblo de Dios. Porque la
conversión no quiere decir quedarme como estaba. La conversión tiene que ver
con una actitud nueva, un nacer de nuevo; es lo que se necesita para que el
cambio tenga cabida en nuestro interior.
Pido a Dios que tengamos grandes
días de paz y llenos de la bendición de Dios.
Fr. Alexis González de León, o.p.