LA FRAGILIDAD QUE ENVUELVE (9/1/2025)
09.01.2025
Hace días que no escribo y algunos más que no canto. El motivo es una lumbalgia que me ha provocado mucho dolor. La medicación hace que me duerma por cualquier esquina y a cualquier hora. Lo que me extraña es las pocas fuerzas que tengo para ponerme en pie. Tengo que echar mano de la Inocencia (sillas de ruedas) y dejar un poco de lado a la Gertrudis (andadora).
Lo que parecía algo pasajero, se está convirtiendo en algo más duradero. He querido olvidarme, pero encontré las guitarras con las cuerdas rotas. Así que este acontecer nos quita la posibilidad de ser proactivo.
Hay algo importante, el estudio médico realizado a primeros de enero refleja que la enfermedad está estable, a pesar de la mayor fragilidad en la que me encuentro.
El dolor lumbar va desapareciendo, pero sigo con algunas molestias en la zona. Llegué a pensar si no era alguna metástasis rondando por esa zona del cuerpo.
Esta situación me está limitando más. Apenas aguanto estar presente en una Eucaristía dada la somnolencia que me entra. Es tan intensa que he de retirarme a los cinco minutos de empezar el sacramento. Además, el cansancio es más patente, y a penas puedo permanecer en pie.
En la primera carta de San Juan 4, 11-18, recoge la siguiente afirmación sobre Dios: «El amor ha llegado en nosotros a su plenitud» De alguna manera siento que estoy viviendo esos tiempos de plenitud y, es de esta manera cómo Dios quiere manifestarse con su amor. No creo que Dios me dé esta enfermedad o sufrimientos, pero hay gestos divinos en mis hermanos, en la gente que me manifiesta su cariño y respeto, su cercanía y amistad.
Dios tiene una curiosa manera de hacerse presente y amarte. Lo hace justo cuando sientes una gran debilidad. Siente nuestros padecimientos y da su aliento a los que lo necesitan.
San Juan habla del testimonio del amor como un permanecer en Dios. El permanecer tiene un sentido de lealtad y fidelidad. No es más feliz el que cree sino más bien quien permanece en la fe y ama. Permanecer en Dios para que Dios permanezca en nosotros.
El Evangelio de Marcos 6, 45-52, nos relata cómo Jesús camina sobre las aguas. Se acerca a los discípulos, sube en la barca y calma la tempestad. Lo hizo porque los discípulos estaban fatigados de remar, porque tenían viento contrario.
En ocasiones la vida se presenta con toda su crudeza, a semejanza de un viento en contra, con el que hay que luchar: remar y remar. Siempre hay alguien que se presenta con su palabra y hace de bálsamo de las heridas y cura. Sube a la barca como Jesús, se enfrenta a la realidad cruenta, la mira de frente, se compromete y se hace corresponsable de ella, se compadece y actúa entrando en la barca, y espera a que la tormenta se calme contigo.
Así es la manera de actuar de Dios. Y cada actuar de un ser humano que actúe con esa comprensión de la vida y la debilidad está siendo el rostro y las manos de Dios: la palabra que Dios pronuncia.
En definitiva, Dios no quiere nuestra debilidad o sufrimiento, sino que se adentra en ella para que sepamos ver la luz de la vida con fe y esperar a que la calma acontezca con la presencia de Dios.
Fr. Alexis González de León o.p.