No hace falta vivir con altivez para dsifrutar de la libertad de los hijos de Dios. La posición natural con la que fuimos creados fue la de estar en pie, con toda la dignidad por delante.
En ocasiones agachamos la cabeza, bajamos la mirada, cuando por miedo o vergüenza sentimos que algo nos abruma. Puede ser que la vida en estos momentos la vivamos con angustia, pero hay alguien que nos invita a lenvarnos. Así lo hace el final del Evangelio de hoy (Lc. 21. 20-38), ante el final posible de la representación de este mundo, de este presente. El Evangelio nos dice que hemos de levantar la cabeza con orgullo y satisfacción por haber caminado con la fe puesta en Dios, que siempre nos alienta y llena de vida: «Alzaos. Levantad la cabeza se acerca vuestra liberación».
Cuando la vida se vuelve intransitable, buscamos una resposabilidad en Dios. Nos preguntamos con frecuencia: ¿por qué Dios permanece impasible ante el dolor humano? Por una parte no queremos que Dios intervenga en nuestra historia; si lo hiciera no estaría respetando nuestra libertdad; se pasaría todo el tiempo tapando aquellos agujeros que la libertad de la que alardeamos se resiste a asumir como un criterio de responsabilidad de todo cuanto hacemos y decimos. Sin emabargo,. cuando Dios no interviene y nos vemos anclados en el lodo de la existencia, le recriminamos su ausencia y le echamos la culpa de todo aquello que nos sucede. Algunos hasta han dejado de creer en Dios porque no ha visto el actuar de Dios en su vida de dolor.
A la vida hay que mirarla de frente, con coraje. De nada nos sirve la proyección de las culpas a Dios. Ya somos adultos. Si a Dios no lo queremos en nuestra vida porque nada nos aporta, tampoco nos puede servir como frontón de nuestra culpabilidad. Dios no puede estar sólo para cuando nos conviene, según lo requiera nuestro egoísmo.
Ruego a Dios para que en tu vida puedas andar de pie con toda su dignidad. Y que en tu existencia puedas bnendecir y alabar a Dios con cánticos de alegría.