Según la primera carta de Juan 4,
19-5,4 lo que ha conseguido la victoria sobre el mal es nuestra fe en Cristo y
en su amor. El amor deja de ser un mandamiento para convertirse en acontecimiento
cuando dejamos de amar sólo de palabras y lo impregnamos de la presencia de la
fraternidad. No se puede amar a Dios si se aborrece al hermano, tampoco resulta
veraz cuando se dice que se ama al hermano y se ignora a Dios, que es la fuente
del amor, el amor más originario.
En el Evangelio de Lucas 4,
14-22, Jesús se sitúa en la sinagoga de Nazaret. Allí lee el texto del Profeta
Isaías: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha
enviado a evangelizar a los pobres, a proclamar a los cautivos la libertad y a
los ciegos la vista; a poner en libertad a los oprimidos; a proclamar el año de
gracia del Señor» Jesús termina la ceremonia aportando al texto de Isaías estas
palabras: «Hoy se ha cumplido la Escritura que acabáis de oir».
Pobres, cautivos, ciegos, oprimidos.
Todos son sujetos de la bondad de Dios. A unos aportará bienes, a otros, luz, a
otros, libertad, a otros, liberación. Todo concentrado en el Mesías esperado
quien dará aliento a quienes esperan en él. La promesa pasa a ser un presente
actuante en la historia de la salvación. Ya no hay promesa, ahora hay realidad.
Todo concentrado en la persona de Jesús de Nazaret.
El Papa Francisco nos habla del
Jubileo del Año 2025 como peregrinos de la Esperanza. En su carta dirigida Mons. Rino Fisichella para el Jubileo 2025 nos dice:
«Debemos
mantener encendida la llama de la esperanza que nos ha sido dada, y hacer todo
lo posible para que cada uno recupere la fuerza y la certeza de mirar al futuro
con mente abierta, corazón confiado y amplitud de miras. El próximo
Jubileo puede ayudar mucho a restablecer un clima de esperanza y confianza,
como signo de un nuevo renacimiento que todos percibimos como urgente.
Por esa razón elegí el lema Peregrinos de la Esperanza. Todo esto será posible si somos capaces de
recuperar el sentido de la fraternidad universal, si no cerramos los ojos ante
la tragedia de la pobreza galopante que impide a millones de hombres, mujeres,
jóvenes y niños vivir de manera humanamente digna. Pienso especialmente
en los numerosos refugiados que se ven obligados a abandonar sus tierras.
Ojalá que las voces de los pobres sean escuchadas en este tiempo de preparación
al Jubileo que, según el mandato bíblico, devuelve a cada uno el acceso a los
frutos de la tierra: «podrán comer todo lo que la tierra produzca durante su
descanso, tú, tu esclavo, tu esclava y tu jornalero, así como el huésped que
resida contigo; y también el ganado y los animales que estén en la tierra,
podrán comer todos sus productos».
Hoy
también la Iglesia desde la misma unción de Cristo parte hacia los pobres,
cautivos, ciegos y oprimidos. Es y ha de ser la primera causa que muevan
nuestros corazones desde la fe en Cristo Jesús. La fe es por encima de todo dar
aliento, un aliento que sea capaz de recuperar el amor, la alegría y la
esperanza.
Fr. Alexis González de León, o.p.